Jamás Augusto
Efraín se sabía un chico afortunado porque tenía hermanos, muchos hermanos: Pedro, Salvador, Mercedes, Ángeles… pero resultó que a partir de un día y en poco tiempo se los fueron matando las aves rapaces… Inés, Pablo, Alberto… y así hasta tres mil. A Efraín lo abandonó la alegría para siempre, porque además, ni siquiera podía visitar sus tumbas en desconocidos paraderos. Sólo una idea mantenía vivo el espíritu de Efraín, poder encontrarlos y enterrarlos en un cementerio; y como eran tantos, construiría un cementerio sólo para ellos, sus hermanos. Lo pensaba un camposanto sobrio, austero… nunca lujoso, y sobre todo: jamás augusto. Incluso pensó una fecha para el primer responso, el 10 de diciembre.